A partir
de la proclama
de Independencia de
Guayaquil en 1820 y gracias
a la liberación
del comercio externo,
se inició una
etapa de progresivo
despegue de las
exportaciones de cacao, con intermitentes momentos de reflujo. Sin
embargo, el cacao se convertiría
en el primer
producto de exportaciones del Ecuador
y su hegemonía
económica se extendió un siglo, pues en 1920 empezó su definitivo
declive. En todo caso,
entre 1880 y
1920, es decir
durante cuatro décadas,
se produjo el
gran auge de
las exportaciones del
cacao ecuatoriano. Acompañando
a ese “boom”
se fortaleció la
hacienda-plantación en la
costa ecuatoriana y
particularmente en la
cuenca del río
Guayas. Además, se
desarrolló el primer
núcleo de una
burguesía comercial y
financiera en el país concentrada en la ciudad de Guayaquil, se
produciría aquí un ligero inicio de manufactura
e industria y
se pronunciaría la
diferenciación regional entre
la Costa y
la Sierra, que
había caracterizado la
vida republicana del Ecuador desde
su fundación. Esta época
cacaotera coincidió, finalmente, con el ascenso y luego el declive del
liberalismo como tendencia
ideológica y política
en el país.
En 1895, nacida
en Guayaquil, se inició la fase
radical de la Revolución Liberal Ecuatoriana acaudillada por Eloy Alfaro. Pero
desde 1912, tras la muerte del célebre Viejo Luchador, paulatinamente el liberalismo
se comprometió con
el sector burgués-oligárquico que
hegemonizaba la vida
nacional, hasta derivar el
liberalismo en un
partidismo político aliado
a la “plutocracia” bancaria.
Este dominio desgastó
las esperanzas liberales
y frustró la
identificación con las
causas populares, de
manera que en
1925, coincidiendo con
la 1* Artículo
publicado en: Sonia
Fernández Rueda, compiladora,
El ferrocarril de
Alfaro.
La
antigua provincia de Guayaquil que comprendía buena parte del litoral
ecuatoriano, exceptuando Esmeraldas, cosechó y exportó cacao desde la Colonia.
A comienzos del siglo XVII se enviaba un promedio de nueve barcos al año con
destino al virreinato de Nueva España (México), que era intercambiado con
artículos de lujo y textiles. Sin embargo en 1634, por presión de Guatemala, se
llegó a prohibir el comercio, determinando que el precio tope de 36 pesos por
arroba se derrumbara a solo 3 pesos, con grave perjuicio a la economía local.
Con la instauración de la dinastía borbónica, al inicio del siglo XVIII se
restauró la libertad de comercio entre las colonias, lo cual representó el
envío de 34 000 cargas al año a Acapulco, que superaban ampliamente las 9 000
que vendían los guatemaltecos. La toma del puerto en 1687 por piratas europeos,
que incendiaron la ciudad y tomaron rehenes para exigir rescate, determinó que
la naciente burguesía comercial se interesara en comprar propiedades río arriba
en los afluentes del Guayas, el Daule y el Babahoyo, para mantenerlas como
refugio ante futuras amenazas. Para entonces el cacao nacional (theobroma
nacional) era un fruto que se cosechaba de una planta silvestre endémica en la
cuenca guayasense, a la que se sumaban zonas de Balao, Machala, además de
Chone, donde se desarrollarían las grandes plantaciones. Hacia 1820, en los
albores de la Independencia, España se había consolidado como el principal
destino de la exportación cacaotera que por primera vez superó los 100 000
quintales. En el decenio de 1830 se estima se sembraron 700 000 nuevas plantas
que permitieron aumentar la producción. En los cincuenta, el promedio anual de
exportación fue de 126 200 quintales, con la particularidad de que el precio
que había venido fluctuando entre 3 y 5 pesos repuntó a 18 pesos a partir de
1856, y se mantuvo el precio alto los siguientes 10 años para luego bajar a un
promedio de 10 pesos. En los sesenta, la exportación anual promedio fue de 163
350 quintales, creciendo a 248 020 en la década siguiente. Se calcula que
durante ese período y hasta 1 890 se sembraron cerca de 14 millones de plantas,
que seguirían aumentando hasta 70 millones entrado el siglo XX. De este modo,
el cacao pasa de representar el 50 por ciento del total de exportaciones hacia
la mitad del siglo, hasta un máximo de 75 por ciento en su último cuarto. Del
cultivo silvestre se pasó a uno rudimentario que luego se tecnificó y dio
origen a plantaciones modelo que rivalizaban con las mejores de Trinidad y
Surinam. El cacao nacional era muy noble, siete u ocho mazorcas producían una
libra de grano seco, en contraste con las 11 y hasta 14 requeridas por las
variedades desarrolladas en otros países. Las condiciones del suelo en los
bancos aluviales de la cuenca medio-alta del Guayas, y los factores de humedad
y temperatura, permitían cosechar el cacao “arriba superior” que por su amargor
tenía excelente demanda en el mercado mundial. La zona de Arriba, que
comprendía la provincia de Los Ríos y una parte del Guayas, tenía el 52% de las
plantas del país y producía el 60% del cacao; la zona de Balao entre 12 y 15%,
y la de Machala igual. Ante la creciente demanda (aumentó 800% entre 1870 y
1897), resultó necesario introducir hacia 1890 la variedad trinitaria que, pese
a ser de inferior calidad, se adaptó con sus raíces más profundas y leñosas a
los terrenos colinados y permitió aumentar considerablemente la superficie
cultivada. Con el ‘boom’ se fueron consolidando los grandes terratenientes,
grupos familiares que amasaron importantes fortunas y destinaron sus excedentes
de capital a comprar nuevas propiedades. En la zona de Arriba los principales
propietarios fueron las familias Aspiazu y Seminario con 59 y 35 haciendas,
respectivamente, aunque algunas otras participaron con un regular número de plantaciones:
Puga, Burgos, Durán-Ballén, Icaza, Avilés Pareja, Véliz, Sotomayor,
Carmigniani, Barreiro Roldós, etc. En la zona de Balao-Naranjal estuvieron los
Caamaño, Cucalón, Diaz-Granados, Morla, Parodi y Luzurraga; mientras que en la
de Yaguachi- Milagro los Landín, Baquerizo y Linch, entre otros. Uno de los
principales desafíos para el desarrollo de nuevas plantaciones fue la escasez
de mano de obra. A raíz de la epidemia de fiebre amarilla en 1842, la población
de Guayas y Manabí tardaría dos décadas en recuperarse. En los setenta se
produjo alguna migración serrana luego de la crisis de los obrajes por la
competencia de textiles ingleses más baratos, pero la figura del concertaje
todavía sometía a la peonada indígena a una suerte de servidumbre, impidiendo
su movilidad. Los grandes propietarios costeños apelaron a la figura de los
“enganchadores” para atraerlos, pero el temor a la mortalidad de las
enfermedades tropicales limitó su concurso. De este modo, la principal fuerza
laboral, que se calcula llegó a 35 000 trabajadores, un registro considerable
para la época, correspondió a la familia montubia, incluyendo mujeres y niños.
Para finales del siglo XIX e inicios del XX, Ecuador era el mayor exportador
mundial de cacao, con una participación entre un tercio y la mitad del mercado
global. Londres y Hamburgo eran los principales puertos de destino, a los que
se sumaría Nueva York antes de la primera guerra mundial (1914-18). Muchas
familias adineradas, que migraron del campo a Guayaquil para ocuparse de la comercialización
del cacao, posteriormente optaron por trasladar a su numerosa prole a París
para brindar a los jóvenes la mejor educación posible y disfrutar de un medio
cultural superior. También para ocuparse de sus negocios, toda vez que forjaron
alianzas estratégicas con empresas importadoras inglesas y alemanas. Este
traslado temporal terminó siendo banalizado por la intelectualidad conservadora
serrana (y después socialista), que en el marco de la pugna ideológica con los
liberales costeños, forjó el mito de que la riqueza cacaotera se derrochaba en
la capital francesa cuando su efecto era marginal. La bonanza de la “pepa de
oro” tuvo su desborde y permitió el desarrollo de la banca guayaquileña, uno de
cuyos principales negocios era prestar dinero a productores y exportadores toda
vez que la mayoría de las ventas se efectuaba a consignación y los giros del
exterior podían demorar entre cuatro y seis meses. Asimismo, el ingreso de
divisas dio paso al establecimiento de casas comerciales, de propiedad de
inmigrantes extranjeros españoles, italianos y alemanes, a los que se sumarían
posteriormente sirios y libaneses, al punto que entre 1908 y 1918, las
importaciones se multiplicaron 5,25 veces. Lo propio sucedió con los ingresos
del Estado, cuyos impuestos a la exportación de cacao representaban
aproximadamente el 20%, a lo que habría que sumar los aranceles por
importaciones; los dos rubros sumaban casi las tres cuartas partes del
presupuesto. La inversión de empresarios cacaoteros permitió el desarrollo de
empresas de servicio público que modernizaron la infraestructura de Guayaquil.
En 1884 se fundó la empresa de Carros Urbanos que se dedicó al transporte de
pasajeros y carga mediante la instalación de tranvías halados por tracción
animal. La siguiente en constituirse fue la Compañía de Alumbrado en 1887, que
se ocupó de la iluminación eléctrica mediante gas. En 1903 se fundó la Compañía
Nacional de Teléfonos para proveer del servicio al puerto (hasta entonces el
servicio nacional e internacional había estado en manos de dos compañías
extranjeras). La confluencia de capitales de la agro exportación, comercio
importador y banca, sirvió para crear, iniciado el siglo XX, la plataforma
industrial del país con ingenios azucareros, fábricas de fideos, galletas y
chocolates, calzado, fósforos, cerveza, cemento, a más de aserraderos,
curtiembres y astilleros. Desde inicios de la Gran Guerra, la sobreproducción
mundial produjo un período de declinación de precios que determinó que en 1914
bajara hasta 50 por ciento. En 1916 se alcanzó una exportación pico de un
millón de quintales pero para entonces la participación del país en el mercado
mundial se había reducido a 16 por ciento, por la competencia de Costa de Oro
(Ghana) y Brasil. Merma de divisas, inflación importada por el conflicto y
excesivo endeudamiento con la banca privada guayaquileña para sostener el
creciente gasto público, convergieron para generar el desequilibrio de la tasa
de cambio que se había mantenido estable durante dos décadas en 2.09 sucres por
dólar. El progresivo declive que se acentuó en el período de pos guerra llevó
la paridad a 3.69 en 1921, y a 4.15 en 1922, que tuvo un grave efecto
inflacionario en los productos importados de la canasta básica. Hacia 1919
apareció en Balao la monilia, una enfermedad fungosa que se esparció
rápidamente afectando a la variedad trinitaria e iniciando la fase de
declinación del boom. La situación empeoró en 1922 con el hongo de la escoba de
la bruja, que afectaba no sólo a la mazorca sino también a la planta. Con la
crisis cacaotera se desató la protesta social, por primera vez organizada por
sectores de trabajadores, cuyo malestar desencadenó en 1925 el golpe militar de
la revolución juliana que puso término a los gobiernos civilistas surgidos de
la revolución liberal.
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